lunes, 19 de marzo de 2012

Le gusta que la llamen Patricia

Un amigo me cuenta que durante su viaje de fin de curso, con diecisiete añitos, un  compañero de clase le hizo probar su rabo por primera vez. Era un tipo de su edad, un poco más fuerte, pero aparentemente muy tranquilo. Por eso mi amigo se metía con él, le gastaba a veces bromas pesadas y lo ponía en ridículo delante de los demás, o pretendía hacerlo llamándole mariquita.

Pero una noche aquel chico pacífico debió de cansarse o simplemente decidió que era el momento de tomarse la revancha. Mi amigo ya dormía y él entró en la habitación de aquel hotel que nadie cerraba. En la duermevela, mi amigo entreabrió los ojos quizás extrañado por un olor nuevo, quizás había sentido un cosquilleo en los labios. Era el glande húmedo del intruso que le rozaba la boca. Mi amigo cree que chasqueó la lengua, que entreabrió los labios, pero no la vio entrar. Sintió como aquella verga se abría paso hasta su garganta sin que le diera tiempo a reaccionar o a gritar.



Él, el otro, lo había agarrado por la nariz y lo sujetaba con fuerza. Mi amigo lo miró con los ojos muy abiertos y el otro le ordenó, con un susurro, que guardara silencio. Mi amigo estaba paralizado. Su lengua sentía la textura y el calor de una polla por primera vez. Apenas se movía, pero no podía evitar tragar saliva y sentir cómo aquel rabo se ponía duro en su boca.

El otro seguía agarrándolo con fuerza. Le decía que estuviera tranquilo, que no le iba a pasar nada. Solo había llegado hasta allí para demostrarle quién era el hombre y quién la maricona. -¿Lo sabes ya?-  Le susurró. -¿Lo sabes tú o tengo que despertar a los otros para que te lo dejen claro?

Mi amigo asintió con la cabeza y tragó de nuevo saliva, sintiendo la presión de aquella polla contra el paladar, porque ahora parecía moverse ligeramente. Le estaba follando la boca. "Muy bien cerdita", le dijo. "Aprendes muy rápido. Así me gusta"

El intruso sacó su verga de la boca de mi amigo sin dejar de agarrarle por la nariz, obligándole a mantener la boca abierta. Un hilo de baba cayó sobre la almohada y, sin saber por qué, mi amigo sacó la lengua un instante, como si quisiera lamer por última vez la cabeza de aquella verga. Pero el otro no se lo permitió. "Ya has tenido bastante por hoy", le susurró, golpeándole en la mejilla con su rabo. Y después, como enrabietado, restregándoselo por la nariz, impregnándolo todo con su olor.

No dijo más. Se marchó. A él, a mi amigo, le costó mucho conciliar el sueño. Al día siguiente, antes de desayunar, corrió a su mesa para pedirle perdón. Cuando nadie los oía, le aseguró que esas bromas pesadas, sus insultos sin gracia, se habían terminado para siempre. Estaba azorado, nervioso, pero el otro parecía no darle importancia. Tan solo asentía meneando la cabeza.

Mi amigo se retiró. No se atrevió a pedirle que le dejara chuparle la polla una vez más, esta vez hasta el final. Esa misma noche, mi amigo fue el primero en meterse en la cama, con la esperanza de que el otro lo despertara de nuevo metiéndole la polla en la boca. Desde entonces a mi amigo le gusta que la llamen Patricia.

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